Universo troll, insulta que algo queda
Sádicos, narcisistas, manipuladores... Lo único que quieren es divertirse en las redes, pero la calumnia y la descalificación son sus armas.
mujerhoy.com.-Silvia Torres
Es una verdad universal: no eres nadie en internet hasta que no tienes un troll. Y no cualquier troll, sino uno insistente, agresivo y con incontinencia verbal. Alguien chungo, que sea capaz de destrozarte en Twitter, la red social en la que (hasta hace pocas semanas) solo disponía de 140 caracteres para odiar y que partir de ahora le da el doble de letras (280) para ejercer la violencia verbal con gracia y soltura, y, sobre todo, sin tener que dar la cara. Es decir, para trolearte. Porque a mayor influencia en la red, más probabilidades tienes de convertirte en un blanco deseado para ellos, y como casi nadie es suficientemente importante como para tener uno en exclusiva, es habitual que repartan su energía entre varias personas. Y que hagan horas extras.
Varios estudios han examinado los efectos de la entrada de un troll en un foro de cualquier naturaleza. Entre ellos, uno del Centro para la Comunicación del Cambio Climático de la Universidad George Mason (EE.UU.), que estudió el comportamiento de estos sujetos en los foros sobre el calentamiento global: 'Empiezan a trolear -el verbo ya es habitual- y, a fuerza de incitar a la discordia, consiguen polarizar a la audiencia, que no tarda en enzarzarse en una discusión estéril que va subiendo de tono y pone punto final a cualquier intento de debate medianamente reflexivo', escriben los autores.
Digamos que la misión del troll es cargarse la conversación y montar la bronca. Si hay un famoso o un personaje prominente implicado, su gloria es infinita. Nada les provoca más placer que ver a un personaje público perder los papeles, insultar y dejarse insultar, mientras la audiencia disfruta y jalea a uno u otro bando como si estuvieran en el coliseo romano.
Adictos a la última palabra:
- La máquina de insultar: Es el clásico hater (odiador) que carga contra todos. No necesita una razón para insultar a alguien, incluso etiquetando su nombre para que intervenga. Su objetivo es conseguir que le respondan de malas maneras. Puede ser un ciberacosador.
- El tertuliano desafiante: Entra como una tromba en discusiones ajenas en su punto álgido. Normalmente tiene una argumento con cifras para introducir un ángulo inesperado. Su objetivo es enfrentar entre sí a los participantes y, aunque nadie sabe quién es, casi siempre tiene éxito. Sus comentarios son los más largos y sigue cuando nadie le hace caso. Quiere tener la última palabra.
- Los de la cruzada gramatical: Interviene para señalar errores ortográficos. A veces lo hace con una táctica pasiva agresiva. Por ejemplo, poner un comentario con la misma palabra bien escrita y ponerle encima un asterisco. Así en plan pedante. Es habitual que cometan a su vez otra falta de ortografía.
- El eterno ofendido: Es un ejemplar de alta sensibilidad, dispuesto a ofenderse por cualquier motivo. Su modus operandi suele ser interpretar un chiste o comentario sarcástico como un ataque y abrir fuego. Algunos se ofenden por una cosa y la contraria en menos de 24 horas.
- El lacónico: Es de los más inofensivos, pero es curioso. No puede limitarse a leer los comentarios de una discusión si no tiene nada que aportar. No. Aporta monosílabos: 'lol', 'ok', 'wtf', 'Síiii', 'Noo!', en un goteo que carece de significado, excepto el de hacerse ver.
- El amante de la hipérbole: El exagerado es una combinación de ofendido y tertuliano, pero pone épica y drama a todo. Saca de contexto el debate y centra la discusión en un aspecto al que dan una importancia desproporcionada. Rara vez aporta algo y casi siempre desvía el tema.
- El despistado: Pasa por casualidad y se mete en la discusión. No ha podido enterarse de qué, va pero interviene con un asunto que no tiene nada que ver. A veces logra cambiar el tema hacia otro irrelevante, pero que le hace gracia. Se le ve en Facebook, en Twitter, en foros... en cualquier sitio donde haya una discusión que reventar.
Soberbios y acosadores
La psicología lleva tiempo preguntándose quiénes son estos individuos. ¿Son, acaso, personas normales, con un trabajo y una familia, pero que necesitan salir de vez en cuando a 'divertirse' a la jungla digital? Hay teorías que hablan del poder transformador que tiene sobre algunas persona lo que ha dado en llamarse el 'efecto internet'. Este fenómeno describe a un individuo que entra en una especie de delirio de grandeza cuando se conecta a la red. Una sensación de poder que los hace ser, por un lado, expertos en lo que se tercie, y, por otro, soberbios, deslenguados y acosadores. Una vez desconectados, vuelven a su vida normal.
Así, sin aparente solución de continuidad. El 'efecto internet' explica por qué un comprador compulsivo on line no lo es en una tienda física, o por qué un ludópata digital puede que nunca haya pisado un casino. Según explica Elias Aboujaoude, psiquiatra de la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford en su libro 'Virtually you' (Norton&&Company, 2010), a más horas de vida digital menos vulnerables seríamos al 'efecto internet'.
Si hacemos caso a esta teoría, un troll podría presentar los siguientes rasgos: megalomanía (cuando está conectado, el cielo es el límite), narcisismo (él es el centro del universo), oscuridad (la red saca lo peor de él), regresión (se comporta como un adolescente) y last but not least, impulsividad (sigue sus impulsos sin que medie reflexión alguna).
Para otros, se trata simplemente de 'malas personas', con rasgos 'maquiavélicos, sádicos, narcisistas y psicópatas'.
El título del trabajo firmado por Erin Buckels y su equipo de la Universidad de Manitoba parafrasea, por ejemplo, un clásico éxito de Cyndi Lauper de 1984: Trolls just wanna have fun [Los trolls solo quieren divertirse] Estos investigadores consiguieron identificar a un 5,6% de posibles trolls entre la población de su estudio y lo hicieron de un modo muy sencillo: preguntando qué era lo que más disfrutaban de internet. El 5,6% calificado como candidato a troll marcó, entre varias opciones, las siguientes: 'Me gusta trolear a la gente en los foros', 'Me divierte molestar a los otros en los juegos en red' o 'Mientras más pura y bella es una cosa, más satisfacción siento en estropearla'. Así, sin rodeos.
Los autores de esta investigación creen que sus datos confirman que los trolls son una minoría de los usuarios, y los califican, sobre todo, como sádicos. 'Aunque encontramos rasgos maquiavélicos y psicópatas en las personalidades que se consideraron trolls, en el estudio, el rasgo predominante era el sadismo'. Y no, no tienen otra intención que divertirse. Es decir, que la máxima de no alimentar al troll (don't feed the troll) es correcta. Si uno responde a su ataque, solo estará poniendo más diversión en su juego. Disfrutan con la angustia ajena, internet es su patio de recreo', escriben los científicos.
No pocos deben sus millones de seguidores a la violencia verbal que han ejercido, sobre todo en Twitter, contra un personaje público. A nadie le gustan los trolls, pero al parecer a todos nos gustan las broncas y ver morder el polvo a algún famoso. Y se premia a quien anima el cotarro e insulta del modo más irreverente e ingenioso. Estén acertados, o no, es innegable el ruido que hacen, hasta el punto de que en 2017 la cuenta de Twitter de @POTUS (la del presidente de los Estados Unidos) parece estar administrada, gestionada y diseñada por un troll llamado Donald Trump.
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