8/5/19

¿SON FELICES LOS NARCISISTAS?

¿SON FELICES LOS NARCISISTAS?

¿SON FELICES LOS NARCISISTAS?

libresdelnarcisista.blogspot.com

Respuesta corta: no, los narcisistas no son felices, tal y como tú y yo entendemos la felicidad.

Hay personas que creen que dado que carecen de empatía emocional y de conciencia moral, están inmunes de los altibajos de la vida. Se equivocan. Los narcisistas, como todos, tienen días buenos, días en que sienten que controlan y dominan el mundo; y días grises, días en los que se hunden y colapsan miserablemente.

Nada más desolador que contemplar estos momentos de colapso psicológico que, recurrentemente, sufren los narcisistas.

Por supuesto, estos maestros de la propaganda proyectan una imagen idealizada y falsa de sí mismos. Nunca verás nada, absolutamente nada, que pueda contradecir la fachada de invulnerabilidad que reflejan en el espejo. Hay que reconocer que su actuación es muy buena, logran convencer a la mayoría, incluso a las víctimas.

A los narcisistas parece que siempre les salen bien las cosas, que logran lo que quieren, y que el sufrimiento y la debilidad del común de los mortales, no les afectan en lo más mínimo.

No te dejes engañar, todo es mentira sobre mentira.

Especialmente después del descarte, te harán creer, justo cuando te sientes más devastado y roto, que se sienten muy felices y tranquilos, y sin ningún tipo de pudor, exhibirán por todas partes, con aire risueño, a su nueva adquisición.

Es bueno que lo sepas: lo hacen a posta, lo hacen con la esperanza de herirte más, si cabe. Sentirás, con justa razón, que después del calvario que te han hecho vivir, se marchan con total impunidad, sin asumir ni reconocer el daño que te han causado.

Muchas víctimas muerden el anzuelo, se llenan de rabia, se sienten indignadas, les  parece que lo que les ocurre es una flagrante injusticia.

Este carrusel de emociones negativas es lo que busca el narcisista con su última gran mentira: su felicidad post-descarte.

Porque repito, y no me cansaré de decirlo, todo es un montaje. Los narcisistas no son felices. Ni antes ni después del descarte. Su vida es una prolongada pesadilla.

Se sienten hinchados de poder cuando enganchan una nueva víctima, pero enseguida se aburren, se desinflan, su combustible se les vuelve rancio, y se quedan vacíos de nuevo, como un colador.

Estas personas están huecas, carecen de sustancia, no son capaces de auto-validar su existencia, toda su autoestima la absorben, cual vampiros, de sus fuentes externas, a las que someten, bajo su régimen abusivo, por medio del ciclo de idealización/devaluación, típico de la relación narcisista.

Su dependencia del suministro es absoluta, y asfixiante. Nunca tienen paz verdadera ni están tranquilos, viven al acecho de su próxima víctima, la necesitan como el aire para respirar.

Rezuman un odio que les envilece, la envidia los tortura, la paranoia les acecha detrás de la puerta. Por todas partes, encuentran hombres y mujeres más guapos, populares, ricos, inteligentes, poderosos, que ellos. Esta realidad amenaza su frágil equilibrio interno, les hace sentir inferiores, constituye una crítica que hace tambalear su grandiosidad tóxica.

Son seres rotos, en guerra con ellos mismos y con el mundo. La sensación que les asedia es la de una muerte anticipada, la no existencia de alguien que sólo siente que existe en el reflejo de sí mismo, a través de las reacciones emocionales de los otros.

Enterrado, bajo toneladas y toneladas del maquillaje de su fachada, hay un súper-ego perverso, remanente de los traumas de la infancia, que le zahiere continuamente, haciéndole sentir inadecuado y perdido, fracasado, patético, inferior, abochornado, inseguro. La única manera de silenciar esta voz maligna, de encerrar este monstruo, como dice Tudor, es por medio del combustible, sólo así experimentan cierto alivio, a través del poder y el control que ejercen sobre sus víctimas.

No, los narcisistas no son felices. Caminan en una noche poblada de aullidos, aunque su infelicidad es distinta a la nuestra, no padecen el agobio de la conciencia moral ni los vaivenes de las emociones, pero no por eso su desdicha es menos real, menos absoluta: la tragedia de haber desconectado con su yo verdadero.

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