19/6/18

Cuidado con las palabras

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Cuidado con las palabras

elespectador.com

Una profunda ignorancia muestra la revista Semana cuando en su edición 1.883 parte de que enfermo mental y psicópata son la misma cosa. Lo hace en una nota que se titula “¿En qué trabajan los psicópatas?” —tiene un subtítulo, “Una investigación revela cuáles son las profesiones donde trabajan los enfermos mentales en el mundo”— que, para colmo de estupidez, está ilustrada con la imagen de un asesino siniestro, con mirada enloquecida, que esgrime un hacha y tiene la camisa enteramente salpicada de sangre.

En una época en que, afortunadamente, se ha empezado a luchar contra el estigma de la enfermedad mental, hacer tal equivalencia resulta irresponsable y gravísima por una razón: el psicópata es una persona amoral, con un trastorno de personalidad que lo convierte en un antisocial. Robert Hare, doctor en psicología y profesor de la University of British Columbia de Canadá, que lleva más de tres décadas investigando sobre la psicopatía, creó la Psychopathy Checklist, una escala de evaluación psicopática. Según esta lista, un psicópata carece de empatía, es propenso a despreciar y violar los derechos de los demás, carece de culpa y remordimiento, es manipulador y mentiroso compulsivo. A veces es tan sólo un ser frío, cínico, capaz de timar, un seductor que usa su capacidad verbal para atraer a sus víctimas o busca el poder para hacer daño. Sabe camuflarse y está en todas partes: en las empresas, en las universidades, en la política. Pero a menudo, también, el psicópata es un individuo violento, cruel, que gusta de la tortura. Alguien que parece perfectamente normal y que de la noche a la mañana se convierte en criminal. Muchos de los asesinos en serie, esos que llamamos “monstruos”, son psicópatas. No es totalmente claro si nacen o se hacen, si tienen una estructura mental diferente, si interviene la genética o también tiene que ver la crianza. O todas estas cosas juntas. Incluso hay especialistas que no se atreven a hablar de él como un enfermo. Lo que sí es claro es que los psicópatas hacen el mal en menor o mayor medida.

Por el contrario, una persona con enfermedad mental es alguien que sufre: de depresión, de cambios anímicos, de obsesiones, de delirios de persecución, de delirios visuales y auditivos. Seres humanos que en su adolescencia o en su juventud, o a veces incluso en la vejez, ven sus proyectos de vida amenazados porque les llegan enfermedades de nombres temibles, como depresión profunda, bipolaridad o esquizofrenia. Muchos de ellos son funcionales, estudian, trabajan, se casan, tienen hijos, pero siempre con grandes padecimientos, caídas, sujetos a los medicamentos y a la estigmatización. Otros terminan internados, condenados a la marginalidad. Pero la gran mayoría son seres que no hacen mal a nadie. Y está probado: cuando hacen daño, se lo hacen a sí mismos, para no seguir sufriendo.

Yo le pregunto al periodista, al cual le habría bastado una investigación mínima para no inducir a los lectores a una confusión que puede redundar en discriminación, si cree que a Van Gogh, Virginia Woolf o Sylvia Plath se les podría llamar psicópatas. Y le recomendaría que tenga cuidado con las palabras, porque de su manejo depende el rigor de su trabajo y la estigmatización de una colectividad.

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