Los psicópatas también tienen sentimientos. ¿Es posible curarles?
Saben manejar emociones si están vinculadas a sus objetivos, como engañar y manipular a sus víctimas.
elmundo.es
Hace mucho que los psicópatas rondan nuestra imaginación. Nombres de famosos asesinos como Jeffrey Dahmer y Ted Bundy nos despiertan una curiosidad morbosa. Estos hombres cometieron crímenes tan salvajes, tan increíblemente crueles, que resulta imposible entender cómo alguien pudo hacer algo así. Las cabezas cortadas que Bundy guardaba como recuerdos en su piso o las partes de cuerpos a medio comer almacenadas en la nevera de Dahmer son el resultado de personalidades que simplemente no tienen explicación. Por eso tiene sentido que al psicópata se le retrate con frecuencia como alguien frío y sin miedo, y, sobre todo, como un depredador incapaz de sentir emociones humanas. Sin embargo, la ciencia comienza ahora a sugerir que esto podría no ser exactamente así.
Hoy en día existen evidencias suficientes de que los psicópatas pueden experimentar emociones, aunque sólo en circunstancias concretas. Y de que pueden reaccionar de manera emocionalmente normal cuando dicha emoción es parte de su objetivo, o cuando se les invita a hacerlo ante formas básicas y fáciles de percibir, o ante objetos individuales. Sin embargo, sus reacciones a estos mismos estímulos son deficientes cuando su atención está puesta en un objetivo diferente o en una situación compleja. Esto significa que, aunque hay situaciones en las que los psicópatas son capaces de experimentar y mostrar emociones, la complejidad les confunde.
Pensemos en uno de los déficits fundamentales de los psicópatas: su incapacidad para experimentar arrepentimiento. En un estudio que realizamos con el neurocientífico Joshua Buckholtz, de Harvard, pedimos a los participantes que eligieran entre dos ruletas con las que había diferentes probabilidades de ganar o perder dinero. Esta actividad permite medir dos tipos de arrepentimiento: el retrospectivo, que es la experiencia emocional tras descubrir que la otra opción habría sido mejor, y el arrepentimiento prospectivo, cuando ponderamos los potenciales resultados de cada opción y qué decisión nos causaría mayor arrepentimiento, todo lo cual nos ayuda a tomar una mejor decisión. Los psicópatas afirmaron sentir arrepentimiento al comprobar cuánto podrían haber ganado con el juego. Sin embargo, no fueron capaces de utilizar la información de la que disponían sobre las diferentes opciones para anticipar el arrepentimiento que podían llegar a sentir en el futuro, y para ajustar su toma de decisiones de manera acorde. Es decir: padecen una falta de arrepentimiento prospectivo, no retrospectivo.
Esta disfunción en concreto se hizo evidente en nuestro estudio al confrontar a un participante con sus crímenes, que incluían robos, agresiones, drogas y muerte. Este psicópata afirmó sentirse «mal por lo que había sucedido». Sin embargo, también argumentó que sus crímenes le habían afectado mucho a él, no sólo a su víctima, y que había muchas otras personas culpables de que hubiera acabado en prisión, incluyendo el individuo que le delató, su horroroso abogado de oficio que «no sabía organizarse», a todo lo cual se unía un juicio amañado.
Al preguntarle sobre su futuro, enumeraba con tono confiado y despreocupado toda una lista de proyectos tales como montar su propio negocio como desarrollador de aplicaciones para citas y «no buscarse problemas». Durante sus declaraciones mostró un momento de arrepentimiento, pero su incapacidad para entender las consecuencias de su comportamiento a largo plazo, tanto para la víctima, como para su familia y para él mismo, sugerían que el momento presente estaba desconectado de sus pensamientos futuros.
En otro estudio, con presos de una cárcel de máxima seguridad, nos enfocamos en la presunta falta de miedo de los psicópatas. Nuestro laboratorio utilizó una actividad que condicionaba a través del miedo, y que mostraba en una pantalla la letra N (tanto en mayúscula como en minúscula), y una caja coloreada (roja o verde). La caja roja significaba que el preso recibiría una descarga eléctrica y una caja verde que no pasaría nada. En ciertos ejercicios el preso nos tenía que decir el color de la caja (concentrándose así en aquello que representaba peligro). En otros, si la letra era mayúscula o minúscula (concentrándose en aquello que no representaba peligro), con la caja aún en pantalla. Los psicópatas reaccionaron con miedo (según nos indicaba una alarma de actividad en la amígdala) cuando tenían que fijarse en la caja (es decir, en el peligro). Sin embargo, mostraron un déficit de temor en sus reacciones cuando tenían que decirnos el tipo de letra (con la caja como objetivo secundario). Una vez más, no es que los psicópatas no puedan experimentar emociones, sino que tienen una respuesta emocional menor que los no psicópatas cuando están concentrados en otra cosa (la emoción no era parte de su primer objetivo).
Los psicópatas tienen la capacidad de procesar y utilizar información si está directamente vinculada con sus objetivos. Son, por ejemplo, excepcionales en regular su comportamiento y utilizar las emociones para engañar, como reconoció un participante en nuestro estudio en la prisión que afirmó que fingía emociones de amor y protección para engatusar y manipular a sus parejas y conseguir así alojamiento gratis, dinero y sexo. Pero cuando esta información no tiene un interés prioritario para ellos, los psicópatas son menos capaces de usarla y adaptarla para que tenga una función, como cuando dejan un trabajo sin tener otro, aunque lo necesiten para mantener la libertad condicional, o cuando buscan publicidad por un crimen aunque estén en busca y captura, a pesar de las obvias consecuencias de semejante acción.
Compartir habitación con un psicópata hace que sientas que las paredes se te caen encima, pero al mismo tiempo te lo puedes pasar bien con él. La grandiosidad, el encanto y el control que despliega un psicópata hace que te sientas desbordado e inseguro. Estos rasgos, junto con la falta de auténtica emoción que muestran, contribuyen a la creencia de que son villanos y deberían estar separados del resto de la sociedad. Pero ésta es una idea equivocada. Los psicópatas son un problema no porque no sientan, sino porque tienen dificultades para procesar la información de forma efectiva. No son personas de sangre fría, simplemente son muy malos haciendo varias cosas a la vez. Así que tenemos que averiguar cómo dirigirnos a la mente de un psicópata para ayudarle a captar más información de su entorno, y reforzar su experiencia emocional.
Parte de nuestras investigaciones más recientes se ha centrado en cómo cambiar la mente de un psicópata. En 2015, trabajando con John Curtin y Joseph Newman de la Universidad de Wisconsin-Madison, desarrollamos un programa de rehabilitación por ordenador para ayudar a los psicópatas a estar más atentos a la información que no estaba directamente relacionada con sus metas más inmediatas. Durante seis semanas, a razón de una hora por semana, los participantes practicaron juegos que incluían aprender a integrar información emocional y no emocional con sus objetivos inmediatos. Al final, los psicópatas mostraron signos de mejoría, lo cual sugiere que es posible identificar y tratar las disfunciones cognitivo-emocionales de la psicopatía, y que los patrones neuronales de comportamiento se pueden cambiar, incluso en aquellos ciudadanos considerados como los más recalcitrantes de nuestra sociedad.
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